jueves, 31 de diciembre de 2009

Dinámica de fluidos

El Grupo no comparte piscina, Panchano cierra, los túneles se inundan y las emociones navideñas fluyen.

“El hombre blanco es como el agua, inevitable”, dijo el jefe indio a su tribu ante la inminente conquista del Oeste. Es decir, frente la imposibilidad de poner puertas al campo, en vez de acantonarnos, arrimemos el ascua a nuestra sardina. Buena comparación la del líder apache porque si algo tiene pinta de inevitable es el agua y su obstinación vertical, fruto del efecto subyugador de la gravedad. Esta ley afecta a todos los seres y objetos terrenales pero, en el caso de los fluidos, hay otras dinámicas complementarias, derivadas de la física y también de factores políticos, sociales...

Panchano ya no fluye. Entiendo la contrariedad de los vecinos pero comprendo también la lógica municipal de no remodelar una piscina ubicada en los bajos de una manzana de edificios, lejos del modelo de instalación deportiva actual de Gijón, que las hay, bastantes y buenas. Adaptémonos, pues, al cambio porque existen más opciones.

El Grupo Covadonga se resiste a compartir piscinas. El desencuentro con el Centro Asturiano se parece a una frustrada historia del amor que ya se ha convertido en odio. Curiosa relación de pareja en la que ambos se dejan llevar por cantos de sirenas, hay uno que se juega más y el que se siente más fuerte decide, sin reparar en lo que el otro ha invertido en el sueño del proyecto común.

Parece que el Centro Asturiano hizo una especie de “esfuerzo de convergencia” inspirado por el Grupo y que éste después reculó. No digo que no sea legal pero ¿dónde queda aquello que nos explicaban nuestros padres de la importancia de respetar la palabra dada?

Lo del túnel que une La Calzada con Tremañes suena a chufla. Gijón es capaz de construir un pozo de tormentas –delicioso nombre- pero cae dos, tres y cuatro veces en la misma piscina natural aunque sea en diferente túnel. Ya lo hemos padecido unos metros más abajo, en el que unió Juan Carlos I con Carlos Marx y revivimos la historia ahora, con unos lustros más de tecnología que de poco parecen haber servido.

Pues espero que la técnica se depure para cuando llegue el soterramiento de las vías. Porque el agua, como el hombre blanco, es inevitable y no hace distingos entre unos soterramientos y otros.

Y mientras tanto, llueve a ratos y las emociones navideñas fluyen siguiendo todas las leyes de la física y alguna otra norma más exótica, incomprensible a la razón, pero lógica si la pensamos con el corazón. Días de alegrías y penas; sonrisas y lágrimas; reencuentros, desencuentros y despedidas. Vasos comunicantes, cordones de plata, cambios de estado del líquido al gaseoso.

Y así ponemos la popa hacia 2010. Tiene que ser un gran año; todos lo deseamos y los deseos también tienen su influjo. Sea.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Crisis sin pandemia

Hasta el último momento negada, llegó la crisis. Anunciada hasta la extenuación, no llegó la pandemia, al menos no la de gripe A, sí la del paro, los índices de morosidad y los concursos de acreedores. Bueno, los virus -biológicos o bancarios, poco importa- siguen un patrón: penetran de forma casual, se extienden, infectan y parece que ganan la batalla hasta que llega el antídoto. En ese recorrido ha ido pasando 2009 y sus grandes y pequeñas historias para la historia de Gijón.

Enero: Gijón con Ñ
Los furibundos de la economía de mercado han tenido que rendirse a la evidencia: la caja común del Estado y una política de rescate calculado -aunque sea a costa de deuda pública- pueden salvar los muebles ante una crisis. Botón de muestra: Gijón estrenó en enero el Plan Zapatero; 48 millones y medio de euros en proyectos para “dinamizar a corto plazo la actividad económica y el empleo” directamente gestionados por el ayuntamiento de la ciudad. Hoy nos hemos acostumbrado a ver por la villa de Jovellanos los paneles informativos en las obras de rehabilitación, reforma o construcción de infraestructuras e instalaciones sociales, culturales, deportivas...

Febrero: Rafaela dixit
Rafaela la Andarica fue la protagonista del pregón antroxero de este año. Es un discurso que no conviene perderse porque suele dar en la diana de por dónde nos pica la camiseta a los gijoneses. La crisis y Obama eran citas obligadas pero anunció además la pregonera “tiburoneo” en la sucesión de Paz Fernández- Felgueroso, polémica en la ampliación de El Musel y sufrimiento para la permanencia del Sporting… No andaba descaminada Rafaela que, junto a la sardina de este Antroxu, bautizada como la Agente Dina, nos hicieron habitable a los mayores y particularmente divertido a los niños, el tránsito de febrero.

Marzo: la línea invisible de la reinserción
El conocido como “violador de Feve”, que ejercía como taxista en Gijón, dejó de hacerlo en marzo: el propietario de la licencia que lo tenía contratado decidió rescindirle el contrato ante la alarma social generada al saberse que este gijonés de 47 años había sido en su momento condenado a 139 años de cárcel por 19 violaciones –de las 80 que confesó-. Sí, había cumplido con la ley; sí era un hombre libre y con derecho a demostrar su deseo y capacidad de reinsertarse en la sociedad para la que en su momento fue un verdugo. Pero la sociedad gijonesa emitió una segunda sentencia condenatoria. ¿Deberíamos habernos arriesgado? La experiencia dice que no.

Abril: honores sin honor
El 22 de junio de 1939 Gijón nombró alcalde honorario e hijo adoptivo de la ciudad a Francisco Franco Bahamonde; el 18 de julio de 1962, se le concedió la medalla de oro de la villa. El 14 de abril de 2009, la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Gijón acordó retirar esos honores al dictador y reclamar a sus herederos que devolvieran dicha medalla así como todos los objetos entregados por la ciudad a raíz de las distinciones. Cuántos honores acumulados para luego tener que deshacerse de ellos como sacos de arena. Al final, no somos lo que decimos ni lo que nos han dicho, somos exclusivamente lo que hemos hecho. Todos.

Mayo: la pobreza relativa

La crisis incrementó los niveles de pobreza en la sociedad rica; en las que ya son pobres, sobremanera. Cerca de 450 expertos de 75 países analizaron en mayo en Gijón, en el Congreso Internacional de Bioética esa “agresión al principio de la dignidad humana que sufren los ciudadanos en situaciones de pobreza y desnutrición”. El director general de la ONU para la Agricultura y la Alimentación, Jacques Diouf, advirtió del alarmante incremento del hambre en el mundo y habló de la obligación moral de quienes estamos en el lado bueno del tablero. Porque en 2050 habremos de alimentar diariamente en el mundo a 9.000 millones de personas. Es una responsabilidad.

Junio: permanencia
Dice el diccionario de la Real Academia Española que permanencia es “duración firme, constancia, perseverancia, estabilidad, inmutabilidad; estancia en un lugar o sitio”. Palabra poco frecuente excepto en el ámbito futbolístico de la media tabla para abajo. El Sporting de Gijón paseó la pasada liga al filo de la navaja. Se mantuvo en Primera in extremis, después de una victoria sudada contra el Recreativo de Huelva. Preciado sabe acerca de la suerte lo mismo que sabe Guardiola: a la suerte le gusta la gente que sueña con ella… y la que se lo curra.

Julio: mapa de los sonidos de Gijón
Gijón renovó en julio su mapa de ruidos. Se trataba de saber el nivel de decibelios con el que los ciudadanos convivimos, fundamentalmente originado por los medios de transporte y la actividad industrial. También se incluyeron controles adicionales en zonas de ocio nocturno, parques urbanos y espacios de descanso. Es un ejercicio de autoconocimiento al que nos obliga una directiva europea por tener más de 250.000 habitantes, y exige elaborar después un plan de acción. Reducir el nivel de ruido nos permitiría reconquistar los verdaderos sonidos de la ciudad que laten debajo de esta manta zamorana de decibelios. La segunda reconquista sería recuperar los sonidos que una vez formaron el paisaje sonoro de los gijoneses y que ya no están. Memoria sonora.

Agosto: negaré haberlo dicho
Me gustaría que me gustasen los toros. Sólo y exclusivamente para disfrutar de una faena de José Tomás como la del pasado agosto en Gijón. Hace años una amiga me habló de él con un entusiasmo que no olvidé, mientras otros, entre ellos mi querido Juanele, han intentado en vano llevarme a una plaza. No creo que eso ocurra nunca. El sufrimiento del animal me noquea. No lo acepto. Ahí atasco. Pero cómo desearía llegar más allá al menos sólo una vez para poder sentir la emoción que me consta se vivió en el coso gijonés.

Septiembre: derecho al sobrecoste
La obra de ampliación de El Musel encaró en septiembre su última etapa. En octubre de 2010, con casi un año de retraso, estará terminada. El puerto habrá duplicado su actual capacidad con una nueva dársena y 140 hectáreas ganadas al mar, además de espacio para la futura regasificadora. De las obras se ha hablado cada vez menos pero incansablemente sobre el monumental sobrecoste. Es importante saber qué ha ocurrido, decidir cómo se afrontará y que consecuencias colaterales tendrá esa decisión. Si no se despejan todas esas dudas los ciudadanos acabaremos pensando que unos proyectos tienen derecho al sobrecoste y otros no. Que figure entonces una casilla para sobrecostes sobrevenidos cuando haya que justificar una subvención.

Octubre: la crisis es bipolar
Vale, la crisis se traduce en Gijón en número de parados, morosos, suspensiones de pagos... Pero en la otra cara de la moneda están efectos colaterales benignos con los que no contábamos y que a lo largo del año han ido cobrando forma: la crisis ha reducido el volumen de residuos de la ciudad así como la intensidad del tráfico rodado; hacemos un consumo más responsable y economizamos viajes en vehículo particular. Conclusión: la recesión tiene carácter bipolar. Pregunta: ¿podemos quedarnos con lo bueno?

Noviembre: aclarar el caso Blanco
El caso Ovidio Blanco, ex arquitecto municipal al que se le acusa de los posibles delitos de cohecho y uso de información privilegiada, nos ha hecho reparar en que posiblemente la tentación del enriquecimiento fácil sí sea una pandemia. Los medios de comunicación se han ido haciendo eco de la prolija instrucción del caso. Defensa, acciones populares y acusación particular han cruzado acciones, entre las que destacó en noviembre la petición de sobreseimiento y archivo de la causa, por parte del abogado defensor. Dice que no hay indicios inculpatorios y que, en caso de existir delitos, éstos habrían prescrito. Puede que los delitos caduquen pero no la sospecha ciudadana. Tampoco debería caducar el deseo de quien se siente inocente, si verdaderamente es así, de que no haya duda sobre su condición.

Diciembre: Gijón brilla
Remoloneo por Begoña. Hago memoria de las distintas fisonomías que el paseo ha tenido desde mi infancia y la de mis hijos, hasta hoy. Me doy cuenta de que, si tengo que quedarme con una sola imagen, quiero ésta de 2009 con una iluminación soñadora para endulzar todo aquello por lo que andemos doloridos. El año que prometía pandemias se cierra sin ellas y el que negaba crisis anda todavía con las carnes abiertas, pero estos días la ciudad nos pide un paréntesis para reposar el corazón y la mirada en nuestra gente querida.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Días de cromañones

Estas fechas son una oportunidad estupenda para probar la magia de decir sin hablar

Calculan los expertos que hace sólo 30.000 años que nos comunicamos mediante el habla y cerca de 4.000 que escribimos, de manera que el ser humano lleva la mayor parte de su historia entendiendo y haciéndose entender a través fundamentalmente de la comunicación no verbal. O sea, en el hablar aún estamos en categoría alevín, pero, por ejemplo, en lanzar o interpretar una mirada furibunda ya hemos hecho varios másteres.

Es que el asunto no es baladí. ¿Cómo hacíamos hace cientos de miles de años para persuadir, amenazar, defender, seducir, contar... sin palabras? Pues lo hicimos, y durante largo tiempo. Así que por mucho que nos refinemos y pisemos el acelerador de la evolución para embridar al cromañón que llevamos dentro, afortunadamente aún le queda mucha cuerda. Sigmund Freud, después de años de observar cómo el ser humano dice cosas mientras su rostro y su cuerpo gritan justo lo contrario, aseguraba que «cada poro participa en la traición».

Un ejemplo significativo es la cara de los políticos en mala racha. Cuanto peor les va, más sonríen. El paradigma es Francisco Camps y su sonrisa retráctil. De noche debe de quitarla del rostro y dejarla encima de la mesita. No quiero pensar en la cara que tiene entonces, pero sé, sabemos, que es otra. Los músculos faciales de Silvio Berlusconi fueron por libre después de la agresión y vimos miedo donde otras veces había miedo vestido de arrogancia.

Pero yo quiero hablar hoy de David Curry. Es un señor nacido en Mississippi y que en el año 1994 fundó el Amen Gospel Choir, coro que aún dirige y que hace unos días actuó en Gijón. Verles y escucharles fue una completa delicia; el amigo Curry era él solito un espectáculo.

Forma parte de la cultura gospel jalearse y acompañar la música con el cuerpo, todo al servicio de un género de marcado carácter religioso. Los integrantes del coro, mientras cantaban, pasaban de la contemplación al éxtasis, del grito a la lágrima? Pero este hombretón negro vestido de rojo hasta las suelas, tocaba el teclado, interactuaba con el público, subía y bajaba del escenario, dirigía las voces con brazos, piernas y rostro, mientras se sentía completamente libre, divertido y feliz. Sentí una envidia feroz.

Es que la tendencia a la contención no afecta a todos los bípedos por igual. Hay culturas más permisivas a la hora de dejar salir al dulce animalillo que llevamos dentro. La nuestra es tajante, sujeta al cromañón, amigo, si no quieres hacer el ridículo.

Pues yo estoy dispuesta a darle cuerda a mi ancestro y deshacerme de algunas rigideces tóxicas. Quiero reír, abrazar, cantar, jalear, saltar, gritar, besar... Y estos días en los que las emociones tienen licencia para campar a sus anchas son una oportunidad estupenda para probar la magia de decir sin hablar. Feliz Nochebuena y Feliz Navidad.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Dulce lecho de CO2

Reponemos arena en el litoral mientras el Gobierno quiere crear un depósito subterráneo de dióxido de carbono

Limpiar el polvo es básicamente cambiarlo de lugar. Otra cosa es el sitio en el que lo dejas. Por ejemplo, a mi abuela le daría un pampurrio si me viera meterlo debajo de la alfombra. En el ciclo tradicional del polvo que nos han enseñado, la lógica dice que ha de salir fuera de casa a través de la bolsa de basura, aunque también se acepta sacudirlo prudentemente por la ventana. Luego ya se encargará el aire de reponer más polvo donde estaba el anterior, moviendo así una rueda perversa que da tarea diaria a miles de sufridas almas limpiadoras.

Con el dióxido de carbono se conoce que ocurre algo parecido: una vez generado, la cuestión es dónde lo metemos para evitar que vuelva. Como pensábamos que la atmósfera lo soportaba todo y hacía de voluntarioso tránsito hacia el cosmos, hasta ahora lo hemos lanzado por la ventana. Pero resulta que el CO2 no se va tan fácilmente; remolonea y abre unos agujeros del copón en el cielo protector, montando unos desaguisados planetarios que hacen palidecer la guerra justa de Barack Obama y la santa madre de la anterior, de Bin Laden.

Así que hemos dejado de mirar para arriba y hemos pensado en la alfombra de toda la vida: el CO2, bajo tierra. El Gobierno de España ha señalado en el mapa una decena de «territorios alfombra», pero el primero oficialmente designado es Asturias -en algo teníamos que ir por delante, caray-, concretamente la zona central y parte del litoral. Ahí estamos nosotros, ¿no?

Esta iniciativa forma parte de la lucha contra el cambio climático, y de verdad que no dudo que investigadores muy reputados avalen su inocuidad, pero me escarpio sólo con imaginar cómo serán esas «estructuras subterráneas susceptibles de ser un efectivo almacenamiento de CO2», eso sí, previa «captura, secuestro y confinamiento» del mismo. Por Dios, suena a culpa, deshazte del cuerpo, huele a muerto, no pienses y sigue cavando.

Por lo pronto, Greenpeace y la Coordinadora Ecologista de Asturias, entre otros, ya han dicho que esa tecnología es cara, no está suficientemente probada y no elimina la posibilidad de filtraciones -hilillos, que diría Mariano Rajoy- o escapes en toda regla, con consecuencias graves sobre el agua y la tierra, dependiendo del lugar donde se abriera el inocente poro.

Disfruto del plácido Gijón navideño y trato de aplazar la inquietud que el asunto me genera. Resulta que, en un futuro próximo, mientras nos afanamos en reponer arena litoral donde la arena litoral ya no quiere quedarse, algo estará sucediendo bajo nuestros pies. Un dulce y acolchado lecho de CO2 bullendo en los cimientos de nuestra vida cotidiana.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Justicia sostenible

En la cumbre del clima de Copenhague comienza un efecto dominó que llegará a Gijón

Hay al menos tres tipos de justicia. La humana es deficiente por varias razones, fundamentalmente, por su lentitud -véase en Gijón el «caso Plantona» o el del PGOU- y porque quienes la imparten tienden, con el paso de las sentencias, a perder el contacto con la realidad simple de las cosas, y parece como si a veces se les obstruyera por tramos el normal fluir de lo razonable y razonado.

En cuanto a la justicia divina, quienes creemos en ella hemos de esperar a estar «al otro lado»; un inconveniente que se suma a la sospecha de que las acciones correctoras que veremos entonces estarán seguramente muy por encima de nuestra lógica. Me cabreo sólo de imaginarme ciertas mangas anchas. Volvamos a tierra.

Descartada la justicia humana por lo deficiente y la divina porque escapa a nuestro tiempo, espacio y comprensión, nos queda una suerte de justicia -llamémosla sostenible, aunque sea por puro oportunismo- que no es otra cosa que las manos que va repartiendo la vida en cada partida, y que tienen poco de casual. A todos nos tocan sapos y loterías, aparentemente colocados de forma azarosa. Pero no. Lo curioso de este tipo de justicia es que todos la padecemos y la impartimos al mismo tiempo; nadie puede escaquearse del efecto dominó, mariposa, karma o chámalle equis, que diría mi abuela.

En la cumbre del clima de Copenhague se barrunta algo gordo. La justicia sostenible nos va a meter un viaje memorable como no estemos a la altura. Vemos venir la colleja planetaria, sabemos que la merecemos e intuimos cómo la podemos evitar. Pues a ello. Y esto significa que en Copenhague se iniciará -y vale más que así sea- un efecto dominó que llegará a todas partes, también a Gijón, y habremos de asumirlo.

La reducción de un treinta por ciento en las emisiones -es la propuesta europea-, de aprobarse, exige en breve espacio de tiempo cambiar nuestras vidas. Va mucho más allá del decálogo doméstico de recogida selectiva de residuos, reutilización de envases, ahorro de agua y energía, uso racional de calefacción y aire acondicionado, iluminación de bajo consumo... Va mucho más allá de esfuerzos municipales como el de Gijón, sus puntos limpios, su reconquista de lo verde, su mapa de contaminación sonora, su telegestión lumínica, sus humedales, sus vehículos públicos ecológicos, sus campañas de concienciación...

Es todo eso y mucho más, a diferentes escalas administrativas y geográficas. Desaprender una forma de ser, vivir y gobernarnos como sociedades para hacernos a otra. Es, en definitiva, la justicia sostenible que nosotros mismos hemos de impartir. Siendo justos, es decir, generosos y comprometidos. A no ser que prefiramos esperar sentados a ver qué resuelve la justicia humana o la divina. Me temo que para entonces, al menos a este lado, todo será un erial.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Los dueños de la memoria

Los hijos de Albert Camus han rechazado la propuesta del Gobierno francés de que los restos del escritor se trasladen al Panteón de París donde reposan los de Voltaire o Balzac; creen que contradice su forma de vida y de pensamiento. Y Sarkozy ve que se le chafa el momento estrella del cincuenta aniversario de la muerte del Nobel. A este lado de los Pirineos, los descendientes de Miguel Hernández amenazan con paralizar todo el engranaje conmemorativo del centenario de su nacimiento porque aún pueden hacer caja con los derechos de autor.

Perdón, ¿de quién son patrimonio esos muertos?, ¿de los herederos de su apellido, del Gobierno que se alimenta de las sinergias conmemorativas, o de quienes simplemente les admiran?

Vivimos tiempos de crisis; las faldas se alargan, las hombreras se hinchan, las sombras de ojos se ahúman, y nos entra un enganche a la ilustre memoria colectiva que es para hacérnoslo ver.

En España estamos redactando una proposición no de ley de desagravio moral a los descendientes de los moriscos expulsados hace 400 años. En América se preparan para celebrar los 200 años de emancipación de las colonias y calculan en euros lo que la madre patria le debe a los obstinados infieles de ultramar. Teniendo en cuenta que ahora son la reserva moral de la Iglesia podíamos repercutir una parte de esa deuda a los cepillos dominicales. Y en Gijón estamos a punto de estrenar el mapa virtual de la memoria, el jardín de la memoria y el monumento a la memoria...

Vaya por delante que no pongo en cuestión el fondo del asunto. No me cabe en la cabeza que vivamos en un país capaz de rastrear una sima abisal para recuperar el cuerpo de un pescador mientras aún hay muertos enterrados por las cunetas y nos fumamos un cigarro en el punto kilométrico correspondiente discutiendo si es oportuno dejar que sus descendientes besen sus nobles calaveras y les restituyan la dignidad arrebatada, no vaya a ser que se ofendan otros muertos. Ay, por Dios, cordura.

Lo que me hastía es ese tufillo a apropiamiento, a liderazgo excluyente sobre la memoria. Ese desgaste e ideologización de la palabra. Ese escalar sobre ella, clavarle la bandera en la frente y hacerla patria frente a otros.

¿Necesitamos historias? Ahí va una. Esperábamos que los tripulantes del «Alakrana» nos contaran la suya, pero llegan sobrecogidos por otra y le han puesto el foco. Es la historia hasta ahora invisible del «Ariana», secuestrado hace seis meses, tiempo suficiente para que una mujer dé a luz en él y una niña de doce años viva un infierno sin duda peor que el de la muerte.

Yo quiero que esa historia exista, se destape, que corra como la pólvora, que sonroje, que conmocione, que se termine, que se aprenda de ella, que no se repita, que no se diluya en otras memorias. Lo quiero sin monolitos ni discursos ni ofrendas florales. Porque quiero liberar a esa niña y que nunca más nadie pueda adueñarse de ella.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Vivir sin trabajar

Terapia ciudadana: enfrentémonos a la verdad, Gijón es una gran ciudad para vivir pero no para trabajar o hacer negocio. Así lo percibimos los gijoneses y así nos ven desde fuera, según el estudio Merco Ciudad, elaborado por el Monitor Empresarial de Reputación Corporativa surgido en el seno de la Universidad Complutense de Madrid, que chequea anualmente la reputación de organizaciones y personas, y concluye cuáles son los líderes, marcas financieras o empresas que preferimos.

La reputación es una especie de «mirada admirada» del otro sobre uno mismo, fruto de una mezcla de elementos emocionales y racionales. Habría que analizarlo todo, pero ¿qué tal si echamos un poco de frío raciocinio a la olla?

Precisamente anoche se presentó -en un acto organizado por la incansable y siempre certera Fundación Escuela de Negocios de Asturias- otro de estos informes estrella, Merco Personas: profesionales que confiesan dónde querrían trabajar. De entre las cien empresas españolas más atractivas, sólo una asturiana, Alsa, recién descendida al último puesto del top, porque el año pasado estaba seis más arriba.

Volviendo al primer estudio, el que evalúa setenta y ocho ciudades españolas de más de cien mil habitantes, del grupo de las que no son capitales de provincia, la número uno en cuanto a valoración de propios y extraños es Gijón. ¡Bien! También aparece nuestro nombre entre las diez mejor percibidas para vivir, divertirse y disfrutar de cultura y deporte. Un clima de opinión que los propios gijoneses fomentamos porque, según el informe, tenemos un alto nivel de satisfacción y un orgullo ciudadano que ya quisieran para sí las grandes. No creo que sea pequeñez sino consciencia, añado yo.

Indicadores estupendos que hacen pensar que todos hemos sido cómplices en los últimos años, quizá sin saberlo, de la construcción de la ciudad soñada, aunque posible, para vivir: amable, escuchadora, equilibrada, viva, diversa, respetuosa, pacífica, implicada, alegre, solidaria, abierta. Sí.

Acto seguido de venirnos arriba con tan alentadoras variables, nos barren de los ranking de las preferidas para estudiar, trabajar o invertir. Curioso: Gijón, la que hace lustros era una de las panaceas laborales de la emigración interior en el norte de España, sacrificando su propio físico en ello, es hoy el paraíso del solaz, la cosa contemplativa o el divertimento, todo ello al punto de sal de yodo, ideal de la muerte para la salud tiroidal.

Pero hoy que queremos retener o atraer talento para mover la máquina del crecimiento, el talento mira hacia otro lado. Dicen los expertos que Asturias en su conjunto es poco apetecible a las personas más prometedoras porque es limitada en su tejido empresarial, en su oferta laboral, en el recorrido posible de los profesionales dentro de un mismo sector y -esto duele- en visión de adónde queremos llegar y cómo puñetas hacerlo.

Todo suena a verdades como puños y me pregunto si, en el fondo, la madre de todas ellas es que nuestra vocación es vivir sin trabajar. Entonces sí que vamos por el buen camino.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Arroz para todas

Tengo una amiga a la que la sanidad pública asturiana acaba de descartar para un tratamiento de inseminación artificial porque es mayor de 39 años. Tiene 40 y oficialmente ya se le ha pasado el arroz.

En España no hay delimitado un tope de edad para someterse a estos tratamientos, de hecho, en las clínicas privadas es posible hacerlo hasta incluso los 50, según un informe de la Asociación Pro Derechos Civiles Económicos y Sociales. De manera que esta discriminación por razón de edad deriva en otra por razón de cuenta corriente: las que pueden permitírselo, se lo pagan, y las que no, se quedan viendo pasar la cigüeña.

Se trata, al parecer, de “seleccionar” a las mujeres con mayor probabilidad de éxito, razonamiento que sería intolerable a la sensibilidad social si se trasladase a vedar ciertos tratamientos sanitarios a pacientes ancianos o enfermos de otras patologías. Es verdad que no es lo mismo curar que embarazar pero en una sanidad pública moderna debería tener una consideración muy parecida, aunque sólo sea por egoísmo cotizador, caray.

Mi amiga, empresaria modélica, deportista, viajera, políglota, mujer inteligente, culta, vital y encima guapa, ha oído con unos meses de retraso –según el protocolo autonómico- la llamada de la maternidad. Sin embargo a mí, que la conozco, no se me ocurre mejor momento para que sea madre.

Sinceramente, creo que hay que darle una pensada a estas barreras que puso un sentido común ya caduco. El modelo de maternidad, de familia, de trayectoria vital, ha evolucionado, ayudado también –gracias a Dios- por la ciencia y la tecnología. Por favor, que vayan cayendo muros.

Con la aprobación de la nueva Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo, se derribará otro, y será un gran día para las mujeres. Toda una generación aceptó pulpo como animal de compañía con la ley de 1985. La triquiñuela del riesgo psíquico para la madre fue el gran coladero y era preferible acudir a clínicas privadas, pero al menos las mujeres no acababan delante del juez o perdiendo el físico en el intento.

Admito que la sociedad necesitaba tomarse su tiempo para dar este paso, de hecho sigue provocando escaladas dialécticas que me dejan atónita, pero ya es hora de reconocerle a la mujer una libertad que nunca debió hurtársele y que ha de quedar en el estricto e inviolable ámbito privado. La mujer frente a sí misma; no hay jueza más dura. ¿Quién le tiene miedo a esto?

Parece que ser que -esta vez sí- la interrupción voluntaria del embarazo será una prestación pública y gratuita, y que el Estado velara por su cumplimiento en todas las comunidades autónomas.

La libertad de la mujer para ser madre y para no serlo, es un indicador de madurez de toda la sociedad. Ya va siendo hora de que oigamos hablar de otro arroz, no del que se pasa sino del que podemos comer todas sin que nos juzguen en la plaza pública.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Vuelve, Epi

Alabo la iniciativa de la Red de Centros Integrados de Gijón de organizar un segundo ciclo de conferencias sobre cómo estudiar mejor. Estupendo pretexto además para echar la tarde en el de El Llano; excelente centro municipal, sí.

Alabo el esfuerzo de los ponentes por desmenuzar técnicas y habilidades de estudio. Les escucho como profesora que soy, opositora que fui, periodista, madre, alumna, y tengo un pensamiento recurrente: damos clases de cocina cuando nos piden el número de Telepizza.

Toda una generación nos está negando la mayor y no queremos entenderlo. No es que nuestros jóvenes no sepan estudiar, es que no creen que sea necesario hacerlo. Les parece absolutamente prescindible, además de un «truño». Me pregunto hasta qué punto tienen razón y tengo la convicción de que la culpa de este desapego a la contemplación del saber es toda nuestra.

Hemos educado una generación hedonista, que no asocia esfuerzo con éxito, que interpreta el mundo a través de los sentidos, y que sabe que básicamente tiene que consumir, consumir compulsivamente y, cuando se canse de consumir, descansar consumiendo.

Les metemos en aulas, monologamos sobre temarios versión moderna de lo de siempre, les damos apuntes para que subrayen en fosforito y bibliografía para que «amplíen» tomando en préstamo de la biblioteca. Pero si mañana no recordarán lo que es un libro, pero si entran y salen en sus diferentes mundos concéntricos, virtuales y reales, a través de una pantalla?

Estamos ante un gran reto, uno de los grandes de nuestra sociedad. Y los responsables de buscar esas otras fórmulas de educar somos nosotros, ya que lo somos también de hacer crecer a estos deliciosos monstruitos del egoísmo darwiniano.

Sin embargo, lo solucionamos con metafísica pedagógico-evaluadora -perdón por meter el dedo en el ojo al metafísico- sin táctica clara y que se traduce en una burocracia docente que nos devora a los profesores y tranquiliza al resto del mundo.

Y esto me lleva a la evaluación del desempeño que se quiere llevar a cabo entre el profesorado asturiano. Evidente que los profesores hemos de ser evaluados; todos los trabajadores, sobremanera los servidores públicos. También los evaluadores, añado. Pero es que evaluar es mucho más que un chequeo anual de buena praxis documental. La profesionalidad, la vocación, la magia, está en las aulas. ¿Qué tal si nos roban menos tiempo con burocracias inútiles para que podamos dedicarlo a lo realmente importante? ¿Qué tal si nos buscan en el aula, no en los despachos?

El cambio que nos piden los jóvenes es más profundo que todo esto. Hay que cuestionarlo todo: cómo han de ser los espacios, los contenidos, los medios, las herramientas de aprendizaje, el protagonismo en todo ese proceso. Claro que es necesario adquirir y transmitir conocimientos, pero ¿es posible hacerlo de otra manera?

Bueno, Epi y Blas -que están de cumpleaños- demostraron en su día que sí. Nueva York estrena calle: Sesame Street. Juro que iré a visitarla, buscaré a mi lindo Epi y le rogaré, por Dios, que nos inspire.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Minipisos bajo sospecha

Me alarma el concepto de «alarma social». Una expresión comodín que ha sido rápidamente adoptada por nuestra cultura de lo políticamente correcto y en cuyo nombre se hacen juicios alegres y se toman decisiones fronterizas. Así que espero no ser víctima de la alarma social cuando me pongo alerta ante la noticia de que tres altos cargos del Principado han sido llamados a declarar como imputados por supuestas irregularidades en la adjudicación del proyecto de minipisos en La Laboral, además de la ex gerente de Vipasa y los arquitectos beneficiados por la adjudicación.

Los minipisos son las famosas «unidades habitacionales» de la ex ministra Trujillo, una propuesta acertada y muy digna para los jóvenes con deseos de emanciparse y que sin embargo sufrió la mofa de media España y el desdén incomprensible de la otra media.

El único error de la desafortunada Ministra en este proyecto fue hacerle caso al asesor -claramente trabajaba para el enemigo- que le sugirió la denominación. Pudo ser peor porque al principio se hablaba de «soluciones habitacionales». Mal recuperada de aquel pasmo llegó la puntilla de las mujeres «cilindro, diábolo y campana», y aún lo estoy digiriendo. El título de ambas historias podría ser «Cómo convertir una iniciativa provechosa en una chufla digna de la Rúe del Percebe» ¿Es que la lengua de Cervantes no da para algo a medio camino entre la originalidad y la mesura?

De aquellos minipisos vienen estas sospechas de adjudicación a dedo y por encima del precio acordado. Ojalá la justicia aclare los hechos, dirima responsabilidades, sancione a los culpables y avise a los navegantes de lo público sobre cómo han de conducirse para ser honrados y parecerlo, porque a ambas cosas están obligados al mismo tiempo.

Dicen las organizaciones y expertos estudiosos de la pulsión corrupta que España ha bajado enteros en el ranking de transparencia administrativa -es la peor parada de Europa a excepción de Portugal- por culpa de la corrupción asociada al mercado inmobiliario. Sin embargo, añaden, nuestro país no destaca por la capacidad de corromper del sector privado sino que las culpas están muy repartidas entre quienes tientan y quienes se dejan tentar. Quizás, a ratos, hasta se intercambien los papeles. Por último, hay más estudios que ilustran hasta qué punto la corrupción frena la productividad de un país.

Para torcer esta tendencia a la caída libre en manos del dinero fácil, los expertos sugieren un modelo de gestión de lo público en el que no se atomicen las administraciones, se limite la designación a dedo de altos cargos y se ponga fin al blindaje vitalicio de los funcionarios. Toda una vuelta a la tortilla española, que ya está funcionando en otros países europeos.

Ajenas a la polémica, las unidades habitacionales de La Laboral están a punto de ser habitadas por jóvenes con superávit de ilusiones. Ojalá aprendan de su corta historia -y de otras muchas historias cortas- de manera que sin alarmas, sin excesos, con sentido común y de lo común, ensayen otra forma de hacer las cosas.

jueves, 29 de octubre de 2009

La dignidad de Alejandra

No es la primera vez que asisto al dolor de una madre que pierde a su hijo. A ti, querida Alejandra, te ocurrió hace hoy una semana. Hemos acudido, conmocionados, a darte calor en tu desamparo, perdidos todos en la dimensión de una tragedia no razonable. Quizá sientas que ha llegado el tiempo del silencio, pero no estás sola; muchos ojos te miran. Yo te miro. Miro tu dignidad, que me ha dejado muda.

Ignoro de qué misterioso lugar del alma sale, pero es lo que te ha hecho mantenerte erguida, firme, mirando de frente a un abismo profundo, cósmico. En esa dignidad tuya he visto a todas las madres que somos: la madre besos, la madre nana, risas, cuentos, comida rica, mamá me cuida, te quiero de aquí a la Luna y volver y volver, y también la madre herida, loca, arrasada, la madre grito. Todas en una misma mujer, silenciosa y mirando de frente.

Dignidad no es retar, pero tampoco es rendirse; no es entender, pero tampoco es desentenderse; no es aceptar, no es negar, es un respetarse a una misma y respetar lo que se va y respetar la vida misma que continúa.

Creo firmemente que es con esa dignidad con la que se construyen las cosas que nos parecen imposibles: la paz sin perdedores, el perdón sin rencor, el amor verdadero, el dar si calcular el retorno, el círculo en su cuadratura, las aguas que se abren, el futuro. De esa dignidad que yo he visto en ti, mamá Alejandra.

Hago de ella mi Norte; yo que, como la mayoría, ando mirando al suelo en vez de al horizonte, discutiéndole a la vida lo que me da; lo que me quita; lo que le reclamo y mira a otro lado; lo que me reclama y ahora miro yo; lo que sólo me deja mirar desde la barrera; lo que mete en mi casa sin que se lo haya pedido, los goles por la escuadra.

Te juro que si a mí me toca pasar por ese trance tomaré tu ejemplo, segura de que tendré tu mano y otras manos al alcance de la mía. Pero sobre todo te prometo que llevaré esa dignidad a cada paso que doy todos los días, quiero hacerla mía y después replicarla, desparramarla.

Hazte fuerte en ella, mi niña, es tu aliada ahora que toca fajarse y echarse a andar en el sentido más literal de la palabra, poniendo un pie delante del otro, manteniéndose erguida.

No tengo la menor duda de que Alejandro está detrás de esa dignidad tuya y que, por la extraña magia blanca que atesora, le irás encontrando de muy diferentes maneras en tu nuevo camino. Yo, desde luego, siento que él alienta estas torpes palabras que no sabes cuánto me ha costado escribir.

jueves, 22 de octubre de 2009

Sal o pimienta

Me gusta la nueva marca de Gijón. Me ha gustado a primera vista y sin razonarla. Buen síntoma. Es moderna, fresca, espontánea, joven, sensual, atrevida, vital, roja, blanca. Me engancha el carácter de la «g», el guiño al «Elogio del horizonte», esa «o» acorazonada, esa «n» final que despega del suelo. Es una imagen con empuje, quiere ser vista. Reconozco a Gijón en ella. Creo que funcionará.

Dicho lo cual, otra cosa es el lema que la acompaña y ese empecinamiento en el asunto de la sal que, por más esfuerzos que hago, no comprendo del todo; no me ha calado.

«Asturias con sal», ése es el concepto que nos define según Ciac, la empresa contratada por el Ayuntamiento de Gijón para esta aventura. Para empezar, niego la mayor. Si estamos construyendo imagen de ciudad, no entiendo que haya que apoyarse en otros territorios (¿Cuenca bajo el lema «Castilla- La Mancha con vértigo» o Madrid confesando que se ve a sí misma como «España con corazonada»?). Es como una especie de complejo repentino de orfandad, un miedo a salir sola a escena, sin comparativas, sin necesidad de ir contra nadie. ¿Necesitamos una marca paraguas? ¿Es que no podemos decir algo que sea «nuestro» en términos absolutos? Pregunto.

Por otro lado, claro que el universo mundo está lleno de potenciales admiradores de la ciudad que sin embargo hoy no sabrían ubicarla en el mapa. Pues tendremos que encargarnos por otros medios de que la busquen, la encuentren y la devoren. No hace falta que pongamos coordenadas y número de fax en nuestro lema.

Y llegamos al asunto de la sal. Es la respuesta a una pregunta que los creativos de Ciac se hicieron sobre la ciudad «¿A qué sabe Gijón?». Perdón, ¿soy yo sola o alguien más ha evocado el «A qué huelen las nubes»? El problema -y la virtud- que tiene la publicidad es que tiende a adherirse a las neuronas. Yo, ante la pregunta, me vi mentalmente corriendo en chándal blanco por los verdes prados del odorcontrol con alas, lejos de Gijón.

Con respecto a la campaña previa de los saleros tomando la ciudad, sólo decir que me sugiere una reflexión sobre el talento: sí, consiste en tener ideas pero también el olfato necesario para discriminar las buenas de las malas antes de tener que comprobar en la calle el efecto de un hinchable colgado de un árbol.

Juro que es la primera vez que me ocurre -entre otras cosas porque nunca he profundizado en el valor gastronómico y metafórico de la pimienta y sí en el de la sal-, pero, aunque yo hoy encuentro a Gijón muy a gusto en su nueva marca, prefiero, antes que este enfoque «Gijón sal», el alternativo «Gijón pimienta».

jueves, 15 de octubre de 2009

Quién dijo miedo

La estadística ha acabado siendo una ciencia bajo sospecha. Si dice lo que esperamos, nos preguntamos para qué sirve; si lo contrario, nos barruntamos que alguien no ha hecho bien su trabajo; cuando le cuenta a cada uno lo que quiere oír, todos -menos quienes han contratado la encuesta- sentimos directamente bochorno.

Me reconcilio con ésta y otras ciencias cuando, de pronto, en un ataque de frescura, hacen justo aquello para lo que han sido creadas: aportarnos datos con los que observar nuestra realidad con una mirada más amplia.

Esto es justamente lo que ha ocurrido en los últimos días; hemos sabido, por ejemplo, que en Gijón no se ha incrementado el número de pacientes de la red de salud mental; que tampoco ha crecido el índice de delincuencia y que, sin embargo, lo que sí ha encogido sustancialmente es el tamaño de nuestra bolsa de basura.

Tres datos interesantes que he convertido en coordenadas para comprender la forma de vivir la crisis en nuestra ciudad. Y he llegado a la conclusión de que esto va de cómo sujetar nuestros miedos y transformarlos en acción.

Es más destructivo el miedo a quedarse en paro que el hecho mismo de estarlo. Lo primero bloquea, no deja pensar. El segundo es el momento en el que las cosas sencillamente suceden, el miedo baja el pistón, una siente algo parecido al alivio y se echa a andar, por lo «segao», con tiento y mesura, convocando a los hados y prometiendo que ayudará a la suerte para que la suerte ayude.

Quienes preveían un aumento de la delincuencia y de las enfermedades mentales como consecuencia de la crisis tendrán que darle una segunda pensada al vaticinio. A lo mejor es sólo cuestión de recalcular los tiempos. Porque, no quiero parecer ilusa, estamos todavía, también en Gijón, en la etapa del paro subvencionado por las arcas del Estado; bendita caja común que permite un respiro al que se queda momentáneamente en la cuneta laboral con cara de póquer.

Quizá sólo haya que esperar unos meses para ver cambiar de rumbo esos indicadores. Pero, por el momento, lo que demuestran es que en Gijón sujetamos nuestros miedos y estamos dispuestos a convertirlos es artes constructivas para afrontar la realidad, ya que ésta se ha puesto tozuda.

Adoro el candor que a veces permite la estadística, me privan los gráficos que hacen callar a los expertos y me rindo ante mi ciudad y sus gentes. Sí, puede que tengamos miedo, puede que nos duela el alma, pero en vez de mandarlo todo a freír puñetas, hacemos croquetas con las sobras de pollo mientras buscamos por internet ofertas de empleo.

jueves, 8 de octubre de 2009

Photoshop contable

El Gobierno francés quiere que las fotografías de modelos embellecidas con Photoshop vayan acompañadas de la leyenda «retocada para modificar la apariencia física». Entre la cirugía y el software nos venden como ciertos cuerpos imposibles -las cilindro nunca han tenido pechos como rocas de la talla 105-, y lo paga la autoestima de los mortales que cargamos con lo posible en inexorable degradación.

La iniciativa me recuerda vagamente al «fumar mata» y sospecho que será tan inservible como éste. Lo ideal sería ver el «antes y después», aunque entiendo que el Gobierno francés no se atreva con semejante puesta en evidencia de las engañifas de la publicidad, la moda y el «star system». «Dejémoslo en la leyenda», han debido pensar los vecinos de puerta, «no sea que esto acabe como con las tabaqueras».

Lo peor es que el retoque sutil está extendido a otras artes, las que manejan dineros y resultados. ¿Alguien entiende el sistema de financiación autonómica del que todos salen beneficiados; la subida de impuestos que sólo afectará a los más ricos cuando el IVA es universal; o los Presupuestos Generales del Estado, que aparentemente sólo recortan en cultura e investigación? Da la impresión de que hacer -y contar cómo se hacen- estas cuentas es como el juego de los tres cubiletes en el que siempre se gana hasta que se pierde, justo cuando uno más se juega.

Nosotros tenemos en Gijón un furaco subterráneo, sin partida presupuestaria y a espera de destino, que va desde El Humedal a Viesques. Yo propongo que sea sede permanente de la «Semana negra». Desde luego, le da el punto oscuro y alternativo y, de paso, soluciona lo que amenaza ser un eterno éxodo.

A lo mejor de esa forma podemos colar el festejo vía metáfora en los 800 millones sin padre de los Fondos Mineros y, por aquello de que la mina va baxo'l mar, también metemos ahí el desfase de El Musel. El retoque bien entendido empieza por uno mismo. Si de una caja no se gasta porque la burocracia aburre hasta a los dineros, lo pasamos a otra, la del agujero al fondo. Y esto en la cosa pública, porque en la privada el arte del Photoshop contable se sofistica hasta el paroxismo. Y juro que no sé por qué me ha venido a la memoria Ignacio Goirigolzarri, ese señor de cuya existencia era yo feliz desconocedora y al que, sin embargo, recuerdo cada vez que el cajero me pide 0,30 céntimos por darme el saldo. Ahora ya sé a qué obra de caridad contribuyo tacita a tacita con esa inocente y exigua comisión.

No quiero ver la publicidad con leyenda de mi crema antiarrugas ni abrir de par en par mis patas de gallo a la evidencia de que el Photoshop es un modo de hacer las cosas en este mundo retocado. Quiero que el mono de «2001: odisea en el espacio» deje en paz el hueso y que volvamos todos a los árboles.

jueves, 1 de octubre de 2009

De gobernantes y talentos

Gobernar es solucionar problemas con buenas ideas. Las ideas buenas son las que resuelven problemas sin crear otros. Se da la circunstancia de que el bien escaso no son los gobernantes, sino las ideas. Pequeña disfunción que a veces se hace de un rotundo que deprime.

Viene a cuento esta reflexión porque hace unos días se reunieron en la Laboral cien españoles elegidos al azar para que formularan tres propuestas que serán defendidas por los políticos patrios en la cumbre de la ONU sobre el clima, el día 30 de noviembre en Copenhague.

Espero que no sean sólo éstas las ideas que presente la delegación española; más que nada porque este hecho abundaría en mi constatación anterior: ansia de poder abunda, talento escasea. Para eso, que manden a Copenhague a los españoles anónimos y que los políticos se queden en la Laboral convocando otros concursos de ideas, por ejemplo, sobre cómo sacar la caja común de la uvi sin subir el IVA.

No voy a ponerme dogmática aprovechando esta iniciativa de la ONU. Tiene toda la pinta de haber sido diseñada en esos despachos habitados por funcionarios que cobran dietas que dan para prolongar la prestación del parado medio español, y a los que se les ocurren ideas -ay, otra vez la palabra- que son de fiesta del colegio y cancioncilla clamando por la paz.

Debieron de quedar alucinados los cien anónimos cuando les llamaron y seguro que hubo que insistir para convencerles de que no les estaban vendiendo una enciclopedia con cafetera de regalo.

Tiene narices que a estas alturas tengamos que tirar de las páginas amarillas para encontrar soluciones al desastre ecológico, mientras nuestros gobernantes siguen mareando la perdiz para no coger el toro por los cuernos. Gota que suma en el vaso de estos días, en los que ando dolorida por el lado de la cosa pública y especialmente indefensa ante los defectillos de esta democracia nuestra a la que le cuesta casar gestores con talentos.

Democracia, esa forma colegiada de proceder del ser humano que a veces se viste de gótica, pone y repone a un Berlusconi; le cuelan un pucherazo nuclear en Irán; se echa la siesta mientras gasean a un presidente en una Embajada, y se deja mentar por unos alcaldes dispuestos a salvar Cataluña de España por la vía del referéndum soberanista en la plaza del pueblo. Quiero ideas para cambiar el mundo.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Hombres GPS

En Gijón hay un hombre que usa un extraño reloj sin esfera. No es una nueva moda. Es un maltratador controlado por satélite.

Hasta ahora era una quimera que estos deportistas de la vejación a terceros pudieran ser identificados a simple vista, por ejemplo, con una cruz en la frente. Es verdad que el reloj fingido -un dispositivo con tecnología GPS- no tiene como finalidad que los ojos de la gente localicen al pecador sino que las antenas del satélite lean las ondas que emite, con vistas a evitar exclusivamente que se acerque a su última víctima. Pero también es cierto que por primera vez hay algo en la fisonomía de un hombre que puede alertar sobre su extraña forma de «amar». Un hombre con dos relojes, uno de ellos sin esfera.

Es el primer caso en Asturias -el Juzgado de instrucción 4 de Gijón ha impuesto esta medida de protección-, pero el sentido común nos dice que no será el único. Así que pienso que no está de más que afinemos en nuestra manera de observar a las personas, ya que la justicia y la tecnología han tenido la amabilidad de facilitarnos indirectamente una forma de identificar a simple vista a estos seres que tienen la extraña pulsión de humillar y eventualmente zurrar a la mujer que aman porque no se deja amar como sólo ellos saben amar.

También hay mujeres que lo hacen -ésas y otras humillaciones, en éstos y otros formatos- y espero que todo el peso de la tecnología GPS recaiga igualmente sobre ellas. Nunca he sabido ni he querido hacer distingos entre verdugos.

Me muevo por la ciudad y fantaseo con la posibilidad de encontrarme a ese hombre. En el autobús, paseando por el Muro, tomando un café en Fomento, en los alrededores de El Molinón o, el domingo, en el rastro. No sé qué tipo de hombre busco porque no existe un prototipo físico de maltratador. Es más, casi todas las caras me resultan amables aunque hago el ejercicio mental de creerme por un momento que son las propietarias del reloj sin esfera y de pronto me doy cuenta de que es perfectamente factible que lo sean. Todos los rostros admiten esa posibilidad. Escruto miradas, doy un rápido vistazo al antebrazo, trato de leer los pliegues de las mangas largas a la altura de la muñeca. En algún momento tengo la impresión de reconocerlo. Siento una punzada en el estómago; el miedo, esa emoción tan vieja como el hombre, se activa y deseo alejarme.

Me congratulo de haber tenido esa reacción sin fisuras porque descubro que, en el fondo, lo que más me aterra es pensar que hay mujeres que, inexplicablemente, aún viendo el reloj sin esfera, no sólo no desviarán su rumbo sino que estarán dispuestas a escucharle, aceptarán como bueno un amor envenenado, intentarán cambiarle y, cuando se den cuenta, habrán caído dulcemente en la trampa.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Madres insumisas

Me cae bien la madre de Leire Pajín porque no obedece a su hija. Así de plano. Ahora entro en lo sutil. ¿No es una buena madre? La verdad es que la mía, que es la mejor imaginable, nunca me pondría en evidencia públicamente así. Le puede el amor a sus hijas, así que tragaría el sapo. ¿Y yo? ¿Le haría yo eso a mis hijos? Ay, puede que sí.

Es que una es madre con toda el alma pero, cuando sus propios cachorros le meten mano en las convicciones, hemos tocado hueso. Después de afanarse en inculcar valores, ese «paquete básico mínimo común denominador» para andar por la vida, no debe sentar nada bien que venga de vuelta retocado por la disciplina de pensamiento, da igual que sea de partido, religión, club de fans o grupo de montaña.

Porque cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive. Eso lo tenemos muy claro las madres con convicciones así que instintivamente estamos vigilantes y dispuestas a soltar collejas; en privado o, si se tercia, también ante la mirada estupefacta de media España. A una madre no la para nada, gracias a Dios.

Y esto no va de creerse o no en posesión de la verdad sino de ser honesto hasta las últimas consecuencias con lo que uno piensa y siente, y también de ejercitar la libertad cuando se asume que sólo practicándola se es realmente libre. Va de eso.

Intento hacer memoria y no encuentro en Gijón un ejemplo de conducta similar del que echar mano. Sin embargo, con más madres en estado de insumisión, la vida en ésta o cualquier otra ciudad sería más rica, edificante y divertida. Sueño con un efecto contagio, ya no digo lo deliciosa que sería una pandemia.

Madres de políticos, gestores y próceres gijoneses pidiendo públicas explicaciones a sus hijos por, pongo por caso, el sobrecoste de la ampliación de El Musel cuando ellas han tenido que hacer equilibrios con la economía doméstica sin ningún margen de maniobra; explicaciones por la ausencia de plaza en escuelas públicas infantiles para la mitad de los niños de 0 a 3 años de Gijón, niños que acabarán cuidando «ellas»; o madres dispuestas a hacer de guías sin complejos de La Laboral porque saben que sólo asumiendo el pasado se puede encarar con sabiduría el futuro.

Definitivamente, me priva la madre de Leire Pajín, esa mujer en jarras frente a su propio cachorro. Esa madre que le indica a su hija por dónde se cruza el río, vadeándolo ella primero, y que la llama a voces desde la otra orilla. Si educamos a nuestros hijos creyendo firmemente que pueden cambiar el mundo, entonces tendremos que estar atentas a menearles un poquito las ideas cuando se les anestesien. En el fondo, no es más que una colleja de las de toda la vida.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Naval fantasma

Las grúas de Naval Gijón han sido mis vecinas durante gran parte de mi vida. Imponentes, arrogantes; en días de viento me he preguntado cuánto haría falta para tumbarlas porque, en ese caso, una de ellas caería directamente sobre mi salón.

He tenido una visión privilegiada sobre el fragor diario del astillero y el laborar de sus trabajadores cuyos movimientos parecían desde la distancia de una precisión matemática. He visto surgir de la nada cada barco y siempre me ha impresionado la manera en que, cuando era botado, se entregaba al mar como un gigante temeroso.

También es cierto que, dependiendo de cada etapa, los ruidos del astillero nos dificultaban el sueño o, por ejemplo, si tocaba pintar el casco, sabíamos que restos de pintura alcanzarían nuestras ventanas. En tiempos de conflicto mi calle estaba tomada –había que entrar y salir por el garaje- y cada tramo era objeto de maniobras de conquista y reconquista por parte trabajadores y policía.

Nuestro edifico ha sufrido en sus carnes el fuego cruzado y nos acostumbramos a los tiempos y sonidos de la protesta, así como a recalcular el trayecto para ir al trabajo o llevar y traer los niños del colegio. Mis hijos han crecido asistiendo a las refriegas y alguna vez me han preguntado quiénes eran “los malos”.

Barricadas de neumáticos, trincheras de palés, gritos, consignas, durísimas cargas policiales, detenciones… Cuando terminaba cada encontronazo, tras un tiempo de silencio en el que cada cual parecía estar lamiéndose las heridas, aparecían los curiosos que se acercaban a recoger “recuerdos”. Yo misma conservo en mi casa botes de humo, pelotas de goma, cartuchos, canicas…

En realidad, he vivido la historia de Naval Gijón desde mi doble condición de vecina del Natahoyo pero también de periodista que durante años hubo de cubrir para la radio éste y otros conflictos. El periodista también tiene su puesto privilegiado, su “balcón” para ser testigo de lo que ocurre y, cuando se trata de este tipo de conflictos, tenga la opinión que se tenga, es imposible no impresionarse por la dureza de estas luchas a la desesperada.

Confieso que no siempre he comprendido los modos de este conflicto pero no seré yo la que cargue las tintas contra la parte más débil de la cadena. Por qué se dejo de luchar por Naval Gijón es algo que ya ha hecho correr ríos de tinta y no es lo que hoy me lleva a escribir estas líneas. Son ellas, las grúas. Porque me conmueve la imagen fantasmal que hoy me ofrece este astillero que ha formado parte de mi paisaje vital, personal, profesional, durante tantos años.

Contemplo desde mi ventana lo que va quedando de esos gigantes y compruebo que finalmente no será el viento quien los tumbe sino la economía global. Se me encoge el corazón al constatar lo mucho que voy a echar de menos esas grúas.