jueves, 24 de junio de 2010

Diez negritos

Cambio la «Semana negra» actual por aquella primera que encontró en El Musel la mejor estética imaginable.

En el clásico de Agatha Christie, diez personas aisladas acababan muriendo aunque, a la vez, una de ellas era la asesina. Yo leí de niña aquel libro de mi padre y comprendí que el crimen novelado tenía un poder subyugante -mafia, locura, guerra fría, terrorismo, bandas urbanas, da igual-, al cual no tenía intención alguna de sustraerme. Hasta hoy.

La «Semana negra» gira en torno a esa pasión compartida por tantos, con malsana intención de contagiar a más y más. Es un activo para Gijón, está llamada a formar parte de nuestro acervo cultural y acabará siendo -seguramente lo es ya- una de nuestras señas de identidad.

Pero confieso que hay dos elementos -uno que falta y otro que me sobra- en el actual formato. Ambos tienen relación. El que falta es el espacio idóneo para su celebración. Y no es nostalgia, es convicción: la mejor estética imaginable, la escenografía cómplice de verdad de este invento estuvo y está en El Musel. Sí, ya sé que el sentido común de la atracción de masas la ha llevado a otros entornos pero yo niego esa otra mayor. Me sobran las atracciones y el ruido.

Prefiero una «Semana negra» menos mastodóntica en la que, como al principio, te cruzabas básicamente con personas atraídas por reflexiones compartidas, presencia de autores, leer, comprar, hojear libros... y, de paso, tomarse una copa y dejarse sorprender por música en directo u otras artes escénicas. Hoy me frustra el contraste de las atracciones llenas y las carpas, a veces, semivacías. No sé si es la forma idónea de promocionar el género aunque sin duda sí lo es colocar un hito en el calendario festivo.

Por lo demás, el invento lleva sus dineros; de entrada, más de 90.000 euros del presupuesto festivo gijonés, aunque al parecer le llegarán otras partidas de la administración local y regional. No me impresiona lo que cuesta la cultura. Es siempre rentable porque es, como dice el experto en economía del sector cultural, Lluís Bonet, «poderoso generador del imaginario simbólico colectivo». La cultura nos dice quiénes somos, juntos y por separado. Pero seguramente ese otro enfoque -ya sé, obsoleto e imposible- de la «Semana negra» que añoro, ayudaría a ajustar unos céntimos a las arcas comunes, cosa de agradecer en tiempos de ética y estética del ahorro en la vida pública y privada.

Pero ahí están los próximos diez días negros. Y como son lo que han llegado a ser, me confieso cómplice emocional de la moratoria mantera propuesta por el concejal Jesús Montes Estrada. Me duelen esos manteros atrapados en el juego perverso de la deuda contraída. Bien pensado, todos somos un poco manteros, ¿o no?

jueves, 17 de junio de 2010

Desnortados

Negaron la crisis, niegan la depre, nos niegan el sol y andamos gachos y descreídos.

En los cursos de gestión del tiempo -hay que dedicar tiempo a organizar el tiempo- una aprende a distinguir entre lo urgente y lo importante. Atorados por lo primero, vamos aplazando lo segundo, que suele ser enjundioso y nos da una pereza bestial. Hasta tal punto nos embarga la galbana por lo que importa, que buscamos urgencias aunque no las tengamos mientras el elefante crece y crece hasta aplastarnos.

Zapatero negó la crisis cuando olía a quemado y ahora niega la «depre» cuando todos andamos gachos y descreídos, y a él se le están despegando las cejas de puro insomnio presidencial. Y no digo yo que no anduviera a cosas urgentes pero aplazó lo importante. Y negó la «depre» a Felipe González porque sintió que el presi senior, de la que le tendía la mano, le robaba protagonismo. No reparó en que, cuando González habló, todos -los que le escuchaban en el Congreso y los que andábamos achicando los miedos cotidianos- sentimos que nos pasaban la mano por el lomo dolorido.

Hasta nostalgia me produjo Matilde Fernández, con su pelillo ya cano, a su paso por Gijón. Aquella ministra peleona, hoy senadora, de la que el otro día me paré a leer titulares por si arrojaban algo de luz. Un regreso emocional, el nuestro, al «star system» político de los ochenta y noventa que, por cierto, corre a favor de Francisco Álvarez Cascos y es aviso a navegantes.

Es que andamos desnortados, sin fuelle para huelgas ni para urnas ni para nada. Y como todo va zarapicando, ahora también huérfanos de primavera, que no sabemos si florecer o mudar la hoja, porque nos han negado el sol. Ésta debe ser la ciclogénesis explosiva que nos mandaron hace unos meses y que aún estábamos esperando; ha debido coger la ruta larga para llegar hasta aquí. Es la globalización del efecto invernadero, al que le deben haber hecho un roto en el plástico. Y como todo va mezclado, pues ahora se demuestra, por ejemplo, que el ladrillo se arrimó demasiado a la ribera del Piles y el río está dispuesto a reconquistar sus aledaños, hoy convertidos en garajes.

Desnortada, a falta de Norte, buscaré el Sur. Tengo hasta el siete de julio para presentar mi curriculum a la Agencia Europea del Espacio, que busca voluntarios para pasar un invierno austral -de febrero a noviembre, unos cincuenta grados bajo cero de media- en la Antártida. Hay que ser capaz de estar aislada del mundo y dedicar un tiempecito al día a cosas no urgentes pero importantes. Rutinas, torre de libros, Ipod y a esperar a que escampe. Ya lo dijo Cela, el que resiste, gana.