jueves, 10 de septiembre de 2009

Naval fantasma

Las grúas de Naval Gijón han sido mis vecinas durante gran parte de mi vida. Imponentes, arrogantes; en días de viento me he preguntado cuánto haría falta para tumbarlas porque, en ese caso, una de ellas caería directamente sobre mi salón.

He tenido una visión privilegiada sobre el fragor diario del astillero y el laborar de sus trabajadores cuyos movimientos parecían desde la distancia de una precisión matemática. He visto surgir de la nada cada barco y siempre me ha impresionado la manera en que, cuando era botado, se entregaba al mar como un gigante temeroso.

También es cierto que, dependiendo de cada etapa, los ruidos del astillero nos dificultaban el sueño o, por ejemplo, si tocaba pintar el casco, sabíamos que restos de pintura alcanzarían nuestras ventanas. En tiempos de conflicto mi calle estaba tomada –había que entrar y salir por el garaje- y cada tramo era objeto de maniobras de conquista y reconquista por parte trabajadores y policía.

Nuestro edifico ha sufrido en sus carnes el fuego cruzado y nos acostumbramos a los tiempos y sonidos de la protesta, así como a recalcular el trayecto para ir al trabajo o llevar y traer los niños del colegio. Mis hijos han crecido asistiendo a las refriegas y alguna vez me han preguntado quiénes eran “los malos”.

Barricadas de neumáticos, trincheras de palés, gritos, consignas, durísimas cargas policiales, detenciones… Cuando terminaba cada encontronazo, tras un tiempo de silencio en el que cada cual parecía estar lamiéndose las heridas, aparecían los curiosos que se acercaban a recoger “recuerdos”. Yo misma conservo en mi casa botes de humo, pelotas de goma, cartuchos, canicas…

En realidad, he vivido la historia de Naval Gijón desde mi doble condición de vecina del Natahoyo pero también de periodista que durante años hubo de cubrir para la radio éste y otros conflictos. El periodista también tiene su puesto privilegiado, su “balcón” para ser testigo de lo que ocurre y, cuando se trata de este tipo de conflictos, tenga la opinión que se tenga, es imposible no impresionarse por la dureza de estas luchas a la desesperada.

Confieso que no siempre he comprendido los modos de este conflicto pero no seré yo la que cargue las tintas contra la parte más débil de la cadena. Por qué se dejo de luchar por Naval Gijón es algo que ya ha hecho correr ríos de tinta y no es lo que hoy me lleva a escribir estas líneas. Son ellas, las grúas. Porque me conmueve la imagen fantasmal que hoy me ofrece este astillero que ha formado parte de mi paisaje vital, personal, profesional, durante tantos años.

Contemplo desde mi ventana lo que va quedando de esos gigantes y compruebo que finalmente no será el viento quien los tumbe sino la economía global. Se me encoge el corazón al constatar lo mucho que voy a echar de menos esas grúas.

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