jueves, 17 de septiembre de 2009

Madres insumisas

Me cae bien la madre de Leire Pajín porque no obedece a su hija. Así de plano. Ahora entro en lo sutil. ¿No es una buena madre? La verdad es que la mía, que es la mejor imaginable, nunca me pondría en evidencia públicamente así. Le puede el amor a sus hijas, así que tragaría el sapo. ¿Y yo? ¿Le haría yo eso a mis hijos? Ay, puede que sí.

Es que una es madre con toda el alma pero, cuando sus propios cachorros le meten mano en las convicciones, hemos tocado hueso. Después de afanarse en inculcar valores, ese «paquete básico mínimo común denominador» para andar por la vida, no debe sentar nada bien que venga de vuelta retocado por la disciplina de pensamiento, da igual que sea de partido, religión, club de fans o grupo de montaña.

Porque cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive. Eso lo tenemos muy claro las madres con convicciones así que instintivamente estamos vigilantes y dispuestas a soltar collejas; en privado o, si se tercia, también ante la mirada estupefacta de media España. A una madre no la para nada, gracias a Dios.

Y esto no va de creerse o no en posesión de la verdad sino de ser honesto hasta las últimas consecuencias con lo que uno piensa y siente, y también de ejercitar la libertad cuando se asume que sólo practicándola se es realmente libre. Va de eso.

Intento hacer memoria y no encuentro en Gijón un ejemplo de conducta similar del que echar mano. Sin embargo, con más madres en estado de insumisión, la vida en ésta o cualquier otra ciudad sería más rica, edificante y divertida. Sueño con un efecto contagio, ya no digo lo deliciosa que sería una pandemia.

Madres de políticos, gestores y próceres gijoneses pidiendo públicas explicaciones a sus hijos por, pongo por caso, el sobrecoste de la ampliación de El Musel cuando ellas han tenido que hacer equilibrios con la economía doméstica sin ningún margen de maniobra; explicaciones por la ausencia de plaza en escuelas públicas infantiles para la mitad de los niños de 0 a 3 años de Gijón, niños que acabarán cuidando «ellas»; o madres dispuestas a hacer de guías sin complejos de La Laboral porque saben que sólo asumiendo el pasado se puede encarar con sabiduría el futuro.

Definitivamente, me priva la madre de Leire Pajín, esa mujer en jarras frente a su propio cachorro. Esa madre que le indica a su hija por dónde se cruza el río, vadeándolo ella primero, y que la llama a voces desde la otra orilla. Si educamos a nuestros hijos creyendo firmemente que pueden cambiar el mundo, entonces tendremos que estar atentas a menearles un poquito las ideas cuando se les anestesien. En el fondo, no es más que una colleja de las de toda la vida.

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