jueves, 19 de noviembre de 2009

Arroz para todas

Tengo una amiga a la que la sanidad pública asturiana acaba de descartar para un tratamiento de inseminación artificial porque es mayor de 39 años. Tiene 40 y oficialmente ya se le ha pasado el arroz.

En España no hay delimitado un tope de edad para someterse a estos tratamientos, de hecho, en las clínicas privadas es posible hacerlo hasta incluso los 50, según un informe de la Asociación Pro Derechos Civiles Económicos y Sociales. De manera que esta discriminación por razón de edad deriva en otra por razón de cuenta corriente: las que pueden permitírselo, se lo pagan, y las que no, se quedan viendo pasar la cigüeña.

Se trata, al parecer, de “seleccionar” a las mujeres con mayor probabilidad de éxito, razonamiento que sería intolerable a la sensibilidad social si se trasladase a vedar ciertos tratamientos sanitarios a pacientes ancianos o enfermos de otras patologías. Es verdad que no es lo mismo curar que embarazar pero en una sanidad pública moderna debería tener una consideración muy parecida, aunque sólo sea por egoísmo cotizador, caray.

Mi amiga, empresaria modélica, deportista, viajera, políglota, mujer inteligente, culta, vital y encima guapa, ha oído con unos meses de retraso –según el protocolo autonómico- la llamada de la maternidad. Sin embargo a mí, que la conozco, no se me ocurre mejor momento para que sea madre.

Sinceramente, creo que hay que darle una pensada a estas barreras que puso un sentido común ya caduco. El modelo de maternidad, de familia, de trayectoria vital, ha evolucionado, ayudado también –gracias a Dios- por la ciencia y la tecnología. Por favor, que vayan cayendo muros.

Con la aprobación de la nueva Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo, se derribará otro, y será un gran día para las mujeres. Toda una generación aceptó pulpo como animal de compañía con la ley de 1985. La triquiñuela del riesgo psíquico para la madre fue el gran coladero y era preferible acudir a clínicas privadas, pero al menos las mujeres no acababan delante del juez o perdiendo el físico en el intento.

Admito que la sociedad necesitaba tomarse su tiempo para dar este paso, de hecho sigue provocando escaladas dialécticas que me dejan atónita, pero ya es hora de reconocerle a la mujer una libertad que nunca debió hurtársele y que ha de quedar en el estricto e inviolable ámbito privado. La mujer frente a sí misma; no hay jueza más dura. ¿Quién le tiene miedo a esto?

Parece que ser que -esta vez sí- la interrupción voluntaria del embarazo será una prestación pública y gratuita, y que el Estado velara por su cumplimiento en todas las comunidades autónomas.

La libertad de la mujer para ser madre y para no serlo, es un indicador de madurez de toda la sociedad. Ya va siendo hora de que oigamos hablar de otro arroz, no del que se pasa sino del que podemos comer todas sin que nos juzguen en la plaza pública.

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