jueves, 8 de octubre de 2009

Photoshop contable

El Gobierno francés quiere que las fotografías de modelos embellecidas con Photoshop vayan acompañadas de la leyenda «retocada para modificar la apariencia física». Entre la cirugía y el software nos venden como ciertos cuerpos imposibles -las cilindro nunca han tenido pechos como rocas de la talla 105-, y lo paga la autoestima de los mortales que cargamos con lo posible en inexorable degradación.

La iniciativa me recuerda vagamente al «fumar mata» y sospecho que será tan inservible como éste. Lo ideal sería ver el «antes y después», aunque entiendo que el Gobierno francés no se atreva con semejante puesta en evidencia de las engañifas de la publicidad, la moda y el «star system». «Dejémoslo en la leyenda», han debido pensar los vecinos de puerta, «no sea que esto acabe como con las tabaqueras».

Lo peor es que el retoque sutil está extendido a otras artes, las que manejan dineros y resultados. ¿Alguien entiende el sistema de financiación autonómica del que todos salen beneficiados; la subida de impuestos que sólo afectará a los más ricos cuando el IVA es universal; o los Presupuestos Generales del Estado, que aparentemente sólo recortan en cultura e investigación? Da la impresión de que hacer -y contar cómo se hacen- estas cuentas es como el juego de los tres cubiletes en el que siempre se gana hasta que se pierde, justo cuando uno más se juega.

Nosotros tenemos en Gijón un furaco subterráneo, sin partida presupuestaria y a espera de destino, que va desde El Humedal a Viesques. Yo propongo que sea sede permanente de la «Semana negra». Desde luego, le da el punto oscuro y alternativo y, de paso, soluciona lo que amenaza ser un eterno éxodo.

A lo mejor de esa forma podemos colar el festejo vía metáfora en los 800 millones sin padre de los Fondos Mineros y, por aquello de que la mina va baxo'l mar, también metemos ahí el desfase de El Musel. El retoque bien entendido empieza por uno mismo. Si de una caja no se gasta porque la burocracia aburre hasta a los dineros, lo pasamos a otra, la del agujero al fondo. Y esto en la cosa pública, porque en la privada el arte del Photoshop contable se sofistica hasta el paroxismo. Y juro que no sé por qué me ha venido a la memoria Ignacio Goirigolzarri, ese señor de cuya existencia era yo feliz desconocedora y al que, sin embargo, recuerdo cada vez que el cajero me pide 0,30 céntimos por darme el saldo. Ahora ya sé a qué obra de caridad contribuyo tacita a tacita con esa inocente y exigua comisión.

No quiero ver la publicidad con leyenda de mi crema antiarrugas ni abrir de par en par mis patas de gallo a la evidencia de que el Photoshop es un modo de hacer las cosas en este mundo retocado. Quiero que el mono de «2001: odisea en el espacio» deje en paz el hueso y que volvamos todos a los árboles.

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