jueves, 11 de febrero de 2010

Gijón en Haití

Una escuela que hoy es una montaña de escombros volverá a existir con ayuda ciudadana enviada desde Gijón

Hay personas a las que les suceden cosas y hay personas que hacen que las cosas sucedan. Es una realidad profunda aunque parezca un juego de palabras. Gracias al segundo grupo de personas, una escuela en Haití, que hoy es una montaña de escombros, volverá a existir con ayuda ciudadana enviada desde Gijón.

Seguro que a este país dolorido ha llegado mucha solidaridad gijonesa y asturiana, pero yo me he enamorado de esta escuela moribunda cuyo destino vino a caer a nuestra puerta por una conjunción de epicentros y amistades.

Me gusta esta historia porque no lleva el sello oficial de la cooperación internacional: ni instituciones ni ONG la han protagonizado. Simplemente va de personas que privadamente, silenciosamente, activan sus redes para arañar unos dineros y hacerlos llegar en mano a quien puede responsabilizarse desde allí de un proyecto. No es un proyecto colosal, es sólo ir a colocar una pieza en el engranaje de la reconstrucción de Haití: levantar una escuela y ayudarla a sobrevivir. Sólo eso.

Tres gijoneses, Blanca Cañedo-Argüelles, Josechu Elías y Laura López, han puesto en marcha esta cadena. Organizaron el sábado pasado, en un restaurante de la ciudad, una cena a la que asistimos cerca de ochenta personas. No hubo pompas ni discursos ni casi mención al motivo del encuentro. Hubo reencuentro con amigos, buena conversación, cariño en los detalles, contribución de todos y especial generosidad por parte de algunos.

El coro de jubilados de El Llano fue dando la bienvenida a los asistentes y el postre musical fue la voz sorprendente de la solista del grupo de blues «Bloody Mary». Kiker, Roberto Díaz de Orosia, Jacoba Landeira y la marchante de arte Carmen Aragón donaron obra para ser subastada y empresas de muy diversa índole hicieron llegar productos y servicios.

Se trataba de desplegar redes y comprometernos en un proyecto sostenido en el tiempo, porque la idea es tener un contacto directo y fluido con los beneficiarios para empujar cuando haga falta y de la forma más eficaz. Es un apoyo a largo plazo que irá exigiendo otras acciones.

Ya está. Ni más ni menos. Sencilla pero deliciosa historia rescatada del anonimato y que volverá a la esfera de lo privado dentro de unos renglones. Los necesarios para decir que somos mayoría los que nos sentimos interpelados cuando ocurre una catástrofe, pero son pocos los que se arremangan y están dispuestos a liderar iniciativas invirtiendo tiempo, dinero y emociones.

En ese matiz que diferencia a unos y otros cabe una escuela.

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