jueves, 22 de julio de 2010

Gijón lantoki

Abre sus puertas en Legazpi el museo-factoría de Eduardo Chillida, en cuyo mapa creativo estará siempre Gijón.

“El buen sembrador siembra cantando” dejó dicho Gabriela Mistral. Era un consejo pedagógico –revolucionario en su momento, sin duda, porque la letra entró con sangre durante lustros- pero, llevado a otros aspectos de la vida, es igualmente inspirador. Lo que se da con alegría se recibe con alegría.

En el caso del arte, no digo yo que no deba salir del desgarro interior, pero hay creadores que, una vez asumido que inspira lo que duele, consiguen transmitir un mensaje constructivo, sosegado, positivo, pacífico… Eduardo Chillida es uno de ellos y en Gijón lo sabemos.

Ayer se inauguró en Legazpi (Guipúzcoa) el Chillida Lantoki –o “factoría de Chillida”- que trata de mostrar cómo afrontaba el artista vasco su proceso creativo e industrial, particularmente el relacionado con el hierro. Es el complemento al Chillida Leku de Hernani, museo que recoge gran parte de su obra repartida entre piezas al aire libre y otras que pueden disfrutarse en un imponente caserón del siglo XVI.

Casi todo se puede y se debe tocar en ese museo por expreso deseo de Chillida, así que la visita con niños se relaja varios enteros para empezar. Al final, los niños han hecho suya cada pieza y una descubre que la obra con niño dentro, al lado o con los pies colgando, cobra vida y sugiere aún más cosas.

Lo mismo ocurre desde 1990 con nuestro Elogio del Horizonte. ¿Quién diría entonces, con la monumental polémica que provocó, plenos municipales subidos de tono, el encofrado plagado de pintadas, insultos y patadas a la autoridad en el acto inaugural… que Chillida se saldría con la suya, conseguiría que hiciéramos nuestra aquella “mole” y que acabara siendo emblema de ciudad?

Recuerdo que al artista le horrorizó, en una de sus visitas a Gijón durante el proceso creativo de la obra, la inocente intención municipal de ir acotando caminos hacia lo alto del Cerro de Santa Catalina, en dirección al Elogio. No, no, los caminos irán surgiendo con las pisadas de la gente, dijo. Así fue, en esto y en otros detalles que a los mortales parecían irrelevantes y a él no.

Me encantó constatar que el Chillida Leku –e imagino que, a partir de ahora, el Chillida Lantoki- recibe la visita de muchos gijoneses y asturianos. Y es verdad que, una vez allí, siente una la honrilla de vivir en una ciudad que figura en el mapa creativo de este vasco ensimismado, religioso, profundo, cuya obra, decía, “habla a todos los hombres a la vez” para transmitirles que “el arte nos conduce a tratar de hacer lo que no sabemos”.

Mira que excelente argumento, en los tiempos que corren, para una escapada cultural a Guipúzcoa y para “revisitar” el Elogio del Horizonte. Por supuesto, con vistas a inspirarse y sembrar todos un poco en la misma dirección -cantando, claro- y que Gijón sea un “lantoki”. De ideas.

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