jueves, 17 de diciembre de 2009

Dulce lecho de CO2

Reponemos arena en el litoral mientras el Gobierno quiere crear un depósito subterráneo de dióxido de carbono

Limpiar el polvo es básicamente cambiarlo de lugar. Otra cosa es el sitio en el que lo dejas. Por ejemplo, a mi abuela le daría un pampurrio si me viera meterlo debajo de la alfombra. En el ciclo tradicional del polvo que nos han enseñado, la lógica dice que ha de salir fuera de casa a través de la bolsa de basura, aunque también se acepta sacudirlo prudentemente por la ventana. Luego ya se encargará el aire de reponer más polvo donde estaba el anterior, moviendo así una rueda perversa que da tarea diaria a miles de sufridas almas limpiadoras.

Con el dióxido de carbono se conoce que ocurre algo parecido: una vez generado, la cuestión es dónde lo metemos para evitar que vuelva. Como pensábamos que la atmósfera lo soportaba todo y hacía de voluntarioso tránsito hacia el cosmos, hasta ahora lo hemos lanzado por la ventana. Pero resulta que el CO2 no se va tan fácilmente; remolonea y abre unos agujeros del copón en el cielo protector, montando unos desaguisados planetarios que hacen palidecer la guerra justa de Barack Obama y la santa madre de la anterior, de Bin Laden.

Así que hemos dejado de mirar para arriba y hemos pensado en la alfombra de toda la vida: el CO2, bajo tierra. El Gobierno de España ha señalado en el mapa una decena de «territorios alfombra», pero el primero oficialmente designado es Asturias -en algo teníamos que ir por delante, caray-, concretamente la zona central y parte del litoral. Ahí estamos nosotros, ¿no?

Esta iniciativa forma parte de la lucha contra el cambio climático, y de verdad que no dudo que investigadores muy reputados avalen su inocuidad, pero me escarpio sólo con imaginar cómo serán esas «estructuras subterráneas susceptibles de ser un efectivo almacenamiento de CO2», eso sí, previa «captura, secuestro y confinamiento» del mismo. Por Dios, suena a culpa, deshazte del cuerpo, huele a muerto, no pienses y sigue cavando.

Por lo pronto, Greenpeace y la Coordinadora Ecologista de Asturias, entre otros, ya han dicho que esa tecnología es cara, no está suficientemente probada y no elimina la posibilidad de filtraciones -hilillos, que diría Mariano Rajoy- o escapes en toda regla, con consecuencias graves sobre el agua y la tierra, dependiendo del lugar donde se abriera el inocente poro.

Disfruto del plácido Gijón navideño y trato de aplazar la inquietud que el asunto me genera. Resulta que, en un futuro próximo, mientras nos afanamos en reponer arena litoral donde la arena litoral ya no quiere quedarse, algo estará sucediendo bajo nuestros pies. Un dulce y acolchado lecho de CO2 bullendo en los cimientos de nuestra vida cotidiana.

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