jueves, 29 de abril de 2010

Melancolía cilúrniga

El súbito descubrimiento de miles de piezas abandonadas en la Campa Torres no es azar sino necesidad.

Volvamos un momento al Gijón pre Campa Torres, a la ciudad que éramos antes, por ejemplo, de la recuperación del litoral, el Elogio del Horizonte, el concierto de Tina Turner o el 0,7 solidario.

Aquellos fueron hitos en la definición de la nueva urbe. Hubo muchos más, claro, pero estos pocos me gustan por su calado, capacidad de arrastre o peso simbólico; empujaron para que Gijón sea esa ciudad poliédrica que nos tiene enganchados.

De Gijón se pusieron las tripas al aire para interpretarlas, desde la Campa Torres hasta Veranes pasando por el cerro de Santa Catalina. Se completó así el recorrido de los fundadores de la ciudad: los cilúrnigos habilidosos de Noega, los romanos astutos de Gigia.

De aquellos hallazgos vienen estos museos, no sin algún disgustillo en forma de cacerolada contra, por ejemplo, la apertura al público de las Termas Romanas. Más de una lágrima derramó entonces la arqueóloga Carmen Fernández Ochoa. Hoy todo es paz y candor en el entorno de San Pedro.

Conocí por entonces a Francisco Cuesta, arqueólogo codirector, junto a José Luis Maya, de las excavaciones de la Campa Torres y hoy accidentado director del Museo Etnográfico de Grandas de Salime. Le hice muchas entrevistas; era profesional comunicativo, didáctico, entusiasta. Guardo de él una excelente impresión.

Sustituye en el cargo a Pepe El Ferreiro, al que le han pasado la apisonadora para quitarle las arrugas de la chaqueta de pana. Me quiere sonar esa vieja treta de “lo que te hemos dejado hacer hasta ahora, de repente, es un atentado contra los pilares de la gestión cultural”. En fin, creo que Francisco Cuesta nunca debió aceptar el caramelo envenenado de Grandas de Salime.

Como tampoco creo en las casualidades, así que estoy plenamente convencida de que el súbito descubrimiento de miles de piezas de valor arqueológico abandonadas en la Campa Torres, no es puro azar sino necesidad. Parece como si la irregularidad hubiera dormido el sueño de los justos hasta que hizo falta rescatarla del olvido e instrumentalizarla contra quien estorba.

Me pregunto por qué esas piezas salieron del circuito de la ortodoxia arqueológica y, en vez de tirar hacia la gloria del patrimonio común, se pudrieron por lustros en un hoyo. Hay que aclarar qué paso, quiénes son los responsables por acción u omisión, y también quiénes los que, sabiendo, callaron y ahora plañen la negligencia.

Vamos a demostrar que hemos heredado el sentido común de nuestros antepasados. Sin duda lo tenían. Otra opción es volver a la Campa Torres, rascar frío y comer bellotas, y comenzar la historia desde el principio.

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